«La escuela me sugiere una serie de espacios en los que se puede enseñar y aprender adecuadamente.
La escuela se originó en el momento en que un hombre que no sabía que era maestro se sentó bajo un árbol a discutir sus conocimientos con otros hombres que ignoraban su condición de alumnos. Los alumnos aprendieron y desearon parecerse a su maestro. También querían instruir a sus hijos. A tal efecto se creó un espacio adecuado y surgió la escuela. Este hecho era inevitable, ya que era la consecuencia de las aspiraciones humanas.
El arquitecto crea un espacio y le da forma después de haber tomado conciencia de cómo debe ser para que funcione adecuadamente.».
Louis I. Kahn
LABORATORIOS.
Superada ya la idea de la transferencia de conocimiento de profesor a alumno como único método de aprendizaje, y con la cantidad de información disponible en la red a la que los estudiantes pueden acceder con facilidad, cada vez son más los modelos de aprendizaje que se basan en habilidades y en las nuevas tecnologías. Para el adecuado desarrollo de las principales habilidades y competencias del siglo XXI, los estudiantes tienen que realizar un tipo de trabajo basado en proyectos, práctico, de resolución de problemas y de aplicación de conocimientos.
Los laboratorios han sido utilizados en materias específicas como ciencias, física y/o química, y como tales han sido diseñados, hasta la fecha, con unas dotaciones tan específicas que hacen difícil su uso para cualquier otra actividad. Entre las competencias identificadas en la educación del siglo XXI se incluyen la investigación, la innovación, el pensamiento crítico, la experimentación y las habilidades de innovación tecnológica.
En un mundo interdisciplinar como el actual, se hace difícil pensar que los proyectos no interconecten varios ámbitos de conocimiento, por ello es importante la colaboración entre profesores de distintas materias. El modelo de funcionamiento actual de un laboratorio de ciencias, de física o de química consiste en que un grupo de alumnos haga lo mismo, al mismo tiempo y del mismo modo para llegar a una solución. Es el modelo de celdas y timbres del que hablé en una entrada anterior. En su interior, bancadas fijas con dotación de tomas de electricidad, agua y desagües hacen imposible su aprovechamiento para un uso distinto.

En los centros de secundaria, los actuales programas de necesidades diferencian las actividades prácticas a realizar por los alumnos destinando para ello espacios específicos como son el taller de tecnología, los laboratorios de ciencias, de física y química, el aula taller de educación plástica y el aula de informática.
El laboratorio debe ser un lugar para la experimentación y la práctica, para el aprendizaje basado en proyectos, para iniciarse en diversas disciplinas. En la idea de flexibilizar espacios, el laboratorio debería permitir que tanto la formación teórica como su aplicación compartieran el espacio, con la ayuda del mobiliario y el equipamiento adecuado. Un buen laboratorio de ciencias o uno de física y/o química debería apoyar el aprendizaje por parte de un experto (por parte de un profesor), el aprendizaje cooperativo (trabajo en grupo con otros alumnos), el aprendizaje haciendo (realización de prácticas) y el aprendizaje reflexivo (investigación individual).

Si vamos un poco más allá, podemos convertir esos laboratorios y talleres en un taller da Vinci (integrándolos en un único espacio, como el taller polivalente de los centros de primaria) en el que se puedan compartir tanto actividades de ciencias como de arte, con puestos preparados para diseño gráfico y programación informática y también para experimentar en proyectos de ciencias. Propongo la unión de los espacios destinados a ciencias, tecnología y educación plástica en un único taller (al modo del taller de Leonardo da Vinci) que tuviera una superficie suficiente (al menos 300 m2) con dotación de agua, zonas de almacenaje de proyectos en marcha y revestimientos para mayor confort acústico. También con parte de los cerramientos transparentes para ver qué sucede allí dentro. El mobiliario y las zonas de trabajo (con separaciones móviles si fuese necesario) deberían ser lo suficientemente versátiles como para permitir trabajar en 2D o en 3D (con las impresoras adecuadas).

Otra idea que puede resultar interesante es el taller social, un lugar para la colaboración, la interacción social y el estudio individual. Algo más bien informal, sería como la transformación de la cafetería de los centros de secundaria en un espacio que permita trabajar en grupo o individualmente, de forma relajada, informal y agradable, incluso con acceso a máquinas de vending que proporcionen cosas de comer y beber, y abierto al exterior, a terrazas protegidas del soleamiento que permitan extender ese espacio.
O el espacio maker, con internet como guía para aplicar la metodología «learning by doing» (aprender haciendo) utilizando software libre para fabricar pequeños robots u otros dispositivos programables en el que los alumnos puedan fabricar sus propios inventos, fomentando su creatividad e introducirse en la aplicación de nuevas tecnologías.
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O quizá un taller destinado a la agricultura, con una pequeña cocina donde los alumnos aprendan los conocimientos y las habilidades sobre una correcta nutrición y salud. Obviamente, conectado con una zona de huerto escolar del que obtener algunos de los productos necesarios para llevar una vida saludable.
AULAS DE INFORMÁTICA.
En los años 90 del siglo XX tenía sentido destinar un espacio en el centro escolar para albergar el aula de informática e iniciar a los alumnos en esta poderosa herramienta tecnológica que se ha vuelto imprescindible en todos los ámbitos de nuestra vida. Herramienta que, por aquel entonces, no estaba disponible en una mayoría de hogares. Hoy en día esa situación ha cambiado y una gran mayoría de alumnos tienen acceso a las nuevas tecnologías desde muy tempranas edades y desde sus propios hogares.
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Tiene cada día menos sentido pues, destinar un espacio de 60 m2 de superficie únicamente al aula de informática con ese uso tan limitado, y ocupable de forma no permanente. La tecnología debería descentralizarse de un espacio único y, disponiendo de una buena red wifi y de dispositivos móviles, dotar de mayor flexibilidad al acceso a la información. Considerar la informática como una herramienta para acceder a contenidos de otras materias y aprender a operar con ella de forma habitual, dotando a cada alumno de una tableta o un ordenador portátil como un elemento más de su mochila, como lo son el cuaderno, el libro de texto o el lápiz, permitiría destinar ese espacio que ocupa el aula de informática a configurar, sumado a otro, alguno de los talleres señalados más arriba que hiciera más flexible y versátil el espacio disponible.
O quizá convertirlo en una caja escénica, o espacio que albergue actividades como la danza y la interpretación. Espacio que debería consistir en una gran sala con suelos de tarima flotante y revestimientos adecuados con cualidades acústicas e iluminación flexible y versátil que permita realizar representaciones artísticas y actividades relacionadas con las artes escénicas, .
Tanto la transformación de los laboratorios de ciencias y de física/química en talleres da Vinci o en sala para taller social, talleres maker o de agricultura-nutricionismo como la sustitución de las aulas de informática por la caja escénica pueden utilizarse para desarrollar las habilidades creativas de los alumnos y hacer de su experiencia educativa algo más emocionante y gratificante.
Para los centros ya existentes habría que proponer unas reglas de adaptación que permitan adaptar los espacios a las nuevas formas de aprender. Es hora de sentar en la misma mesa a arquitectos, pedagogos y comunidades escolares. Hay que cambiar la normativa existente y elaborar entre todos las nuevas guías de diseño de los centros escolares del siglo XXI. Es necesario anteponer la calidad arquitectónica y pedagógica a la económica.

«…la arquitectura no es una ciencia exacta. Sigue siendo el mismo grandioso proceso sintético de combinar miles de funciones humanas definidas; y perdura como arquitectura. Su finalidad sigue siendo la de armonizar el mundo material con la vida humana. Humanizar la arquitectura equivale a hacer mejor arquitectura, y ello implica un funcionalismo mucho más amplio que el meramente técnico.»
Alvar Aalto, «The Humanizing of Architecture», 1940
No debería haber ningún “taller Da Vinci” o “Maker space” sin espacios anexos de almacenamiento. El espacio aula configurable no debería realizar las funciones de almacén
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Totalmente de acuerdo, los espacios destinados a almacenamiento siempre resultan insuficientes. Pero los proyectos que se encuentren en marcha y no finalizados sí pueden quedar a la vista de otros grupos en el mismo espacio si éste cuenta con la superficie suficiente y el mobiliario adecuado.
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Genial! Com sempre, una pena que les aules d’informàtica actuals siguen tan individualistes i tan poc cooperatives. Les investigacions científiques i artístiques mai han estat treballades de forma individual, perquè es creen espais que no corresponen amb la forma de treballar? La classe magistral demostra una vegada més que no es funcional.
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Gràcies per comentar !!
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